(Autora: Ana Paola, estudiante de astrofísica y escritora.)
Colección: Lo que callan los niños
Martín tenía 10 años y estaba en la mitad de su segundo trimestre de primaria cuando un día, sin previo aviso, su mamá le dijo que se iba de vacaciones. Ella, Laura, había decidido que era hora de irse a la playa, pero lo harían sin consultar con su papá ni con la escuela.

—Martín, empaca tus cosas —dijo Laura con una sonrisa que no le llegaba a los ojos—. Nos vamos a la playa esta semana. No quiero escuchar preguntas.
Martín, confundido, no sabía qué hacer. ¿Vacaciones? ¿De verdad? En plena semana de clases, cuando tenía pruebas y tareas por entregar. Pero su mamá no parecía dispuesta a escuchar ninguna objeción. Martín pensó que tal vez su mamá había planeado todo en secreto, quizás para distraerse de algo que él no entendía. No obstante, el niño solo asintió en silencio. Sabía que, a veces, cuando su mamá tomaba decisiones, no había forma de cambiarlas.
No se lo dijo a sus compañeros ni a su maestra. Laura se encargó de que no hubiera contacto con nadie, y en cuestión de horas, Martín estaba sentado en el coche, rumbo a la playa. No le había dado tiempo de pensar en su escuela, ni en sus amigos, ni siquiera en el hecho de que no estaba siendo consultado por su madre, quien normalmente se encargaba de decirle que “todo lo que hacía era por su bien”.
El viaje fue largo, pero Laura no parecía interesada en las molestias de Martín. Se veía distraída, con los ojos enrojecidos, como si no hubiera dormido en días. Cada vez que su hijo le preguntaba cuándo llegarían o si podrían hacer alguna parada, ella solo respondía con una sonrisa vacía, como si estuviera buscando algo fuera del coche.
Finalmente llegaron a la playa. El sol estaba bajo en el horizonte y el sonido de las olas era relajante, pero Martín no se sentía relajado. No era solo que la playa no era lo que él había imaginado para unas vacaciones. Era la sensación extraña de estar lejos de casa, de la escuela, de sus amigos, y de su papá. Se sentía desplazado, como si nada tuviera sentido.
Lo primero que notó fue que su mamá no parecía tener muchas ganas de disfrutar del lugar. En lugar de darle a Martín tiempo para correr por la arena, jugar o explorar, Laura se instaló rápidamente en una sombrilla y abrió una botella de licor. Martín no entendía muy bien qué era lo que su mamá estaba bebiendo, pero sabía que eso no era algo que hicieran normalmente en casa. Ella bebió rápido, sin decir una palabra. Y Martín, de nuevo, se quedó en silencio, sin saber qué hacer.
…
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